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Patricio Zapata

 

 

 

Patricio Zapata
PRESIDENTE CDC


22 julio 2014
. Me niego a tener que elegir entre la acción política y la concordia. Las necesitamos a ambas. La acción política es aquel esfuerzo por llevar adelante las propias ideas sobre cómo debe ser vivida la vida en comunidad. Por concordia, a su vez, entiendo aquel clima cultural en que los que piensan distinto no sólo pueden convivir pacíficamente (se toleran), sino que además, tienen la disposición a colaborar en las tareas del bien común (cooperan).

Existen, sin embargo, quienes piensan que en su esencia la política siempre polariza, volviendo imposible la concordia.  Son las personas que consideran que la política es estéril y/o peligrosa y, por lo mismo, siempre andan buscando mecanismos para neutralizarla. Les encantaría reemplazarla definitivamente por el juicio de los expertos (los “técnicos”).

En las antípodas se encuentran aquellos cuya idea de acción política consiste en una lucha incesante para que unos se impongan sobre otros. Bajo esta mirada y desde el momento en que se adopta la idea schmittiana de política (división irreductible entre amigo y enemigo), los acuerdos, por definición, son una claudicación ética. Esta fue la inspiración del viejo eslogan maximalista del “avanzar sin transar” y, en los tiempos que corren, se manifiesta en versión más light y posmoderna, pero no por eso menos intolerante.

Las dos visiones sintetizadas son erradas. Y lo son porque simplifican en demasía. No podemos prescindir de la política. No debemos tener miedo al debate y a la tensión que necesariamente produce. En ese sentido, la generación marcada por el quiebre de 1973 tiene que entender el hecho de que los  jóvenes sub 30 no hayan heredado la aversión al conflicto que los caracteriza a ellos.

Los jóvenes, por su parte, han de aprender que hasta la democracia más participativa se beneficia cuando los que piensan distinto tienen la capacidad de buscar y encontrar convergencias en los temas más importantes.

Los acuerdos son, en efecto, un bien valioso. Lo importante es entender que no es necesario que exista acuerdo sobre todo (de hecho, la existencia de diferencias es normal y lógica). Para dirimir esas divergencias existe la regla de mayoría, y para un demócrata, su operatoria no puede ser motivo de escándalo.

El punto es que cuando hablo de acuerdos, no me estoy refiriendo a los negocios o arreglos tácticos a que pueden llegar las elites a efectos de preservar o mejorar posiciones de poder. Los verdaderos acuerdos son la culminación de un proceso de debate en que los que piensan distinto han podido participar en condiciones equitativas. De esa libre deliberación, y no del mero cálculo, es que surgen las coincidencias que permiten construir el acuerdo. A partir de esos acuerdos se va construyendo el clima de concordia.

Es desde esta perspectiva que me animo a reivindicar, simultáneamente, la importancia de la auténtica deliberación política, incluyendo la dimensión de lucha pacífica que ella conlleva y el valor de los acuerdos entre los que piensan distinto.