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James Black
ASESOR LEGISLATIVO CDC
Trabajo y seguridad social

 

 

25 marzo 2015. A propósito de la reciente conmemoración del Día Mundial del Síndrome de Down y en el contexto de la discusión respecto a la mejora de las relaciones y condiciones laborales, hemos recordado la llamada parábola o dilema de los puercoespines. Ésta consiste, en resumidas palabras, en la historia de unos puercoespines que cuando tenían frío se reunían para darse mutuo calor, pero demasiada cercanía les provocaba daño a causa de sus espinas y mucha distancia provocaba que se congelaran, por lo que luego de varios intentos finalmente decidieron seguir juntándose en los días de frío pero guardando una distancia de seguridad mínima que les permitiera tener el calor que necesitaban sin que le molestaran las espinas de los otros. Si bien dicha parábola se ha utilizado con diversas interpretaciones, nos puede resultar útil para ilustrar, en parte, la relación que estimamos mantiene nuestra sociedad con aquellos que en los hechos excluye.

Así, parece haber cierta conciencia –a lo menos para la mayoría- que una discriminación abierta y directa hacía el otro que se estima diferente es repudiable. Sin embargo, es posible apreciar que en el día a día subsiste una actitud más bien caritativa en relación a este otro en vez de una intención de verdadera inclusión. En otras palabras, en la práctica se guarda una cómoda distancia que permita mantener el calor individual sin que incomoden las espinas de los otros, lo que se refleja, por ejemplo, en la segregación que se da en los diversos ámbitdallarmelinaos, en la ciudad, en las aulas, en el trabajo, etc.

Algo similar estimamos es lo que sucede respecto de las personas con diversidad funcional, toda vez que a pesar de existir grandes avances y nobles intentos por buscar una inclusión real de las mismas, todavía la mayoría de la sociedad parece tener una aproximación desde la caridad y la compasión más que desde la inclusión, lo cual -aunque de un modo menos agresivo- pone distancia con el otro y sigue siendo discriminación.

No es que desconozcamos la importancia de la caridad, por el contrario ésta es siempre deseable, mas no es suficiente para una sociedad que se precie de no discriminatoria e inclusiva o aspire a ello. De allí, es que consideremos que es fundamental promover un cambio cultural que nos permita como sociedad modificar la perspectiva para apreciar la riqueza de la diversidad y las distintas habilidades, visiones y aportes que esta puede entregar, toda vez que como se ha señalado: “la inclusión social de las personas con discapacidad no será una realidad en Chile, si no la asumimos como un desafío de la sociedad en su conjunto” (Carlos Kaiser, 2007).

 

Sinceramente creemos que dicho cambio se producirá en la medida que podamos compartir en la cotidianidad con personas con diversidad funcional, en donde –como en toda relación- las personas que interactúen se traten como iguales en tanto seres humamos, reconociendo sus diferencias, aceptándolas y buscando potenciar las ventajas de las mismas.

 

Para lograr lo anterior, nos parece fundamental disponer los mecanismos que permitan avanzar en un acceso efectivo de las personas con discapacidad al trabajo, lo cual en la experiencia comparada se ha llevado a cabo, por ejemplo, mediante el establecimiento de cuotas por un periodo en empresas públicas y privadas de determinado tamaño, establecimiento de incentivos económicos para la contratación y promoviendo su capacitación, todas herramientas que, complementadas con otras políticas, nos parecen sumamente útiles y adecuadas para el fin propuesto.

Si nosotros como comunidad hemos establecido en los hechos discapacidad al instaurar parámetros de “normalidad” fijando con ello una regla de exclusión, que mejor fórmula para superar dicha distinción que reconocer no sólo los mismos derechos sino también las mismas habilidades, capacidades y potencialidades para participar en el trabajo, sin que la diversidad –propia por lo demás de todas las personas- pueda verse como una limitante.

El adoptar medidas como las enunciadas, y sin perjuicio de los necesarios avances en infraestructura y acceso a la educación, no sólo contribuiría a formar una sociedad más inclusiva –fin que no debería ser ajeno a nadie-, sino también a mejorar la calidad de vida de las personas con diversidad funcional al permitirles participar de forma más activa en la comunidad y desarrollar un trabajo, ambos aspectos sumamente importantes para la construcción de la identidad de cualquier persona.