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Por Guillermo Herrera Esparza, director área de Proyectos CDC

El impacto del resultado de la elección presidencial argentina del día 19 de noviembre ha provocado una significativa cantidad de análisis y conclusiones que, desde este lado de la cordillera, sin duda provoca gran interés.

De lo publicado hasta hoy podemos identificar un grupo de opiniones que buscan justificar o interpretar estos resultados a la luz de nuestros propios procesos; el advenimiento de una ola mundial de populismos de derecha y la derrota de una forma de izquierda. Por otra parte, de una manera más difusa se evidencia el asombro respecto a las formas y, por qué no decirlo, del fondo que caracteriza y singulariza el proceso político argentino.  En función a la economía del relato nos centraremos en lo siguiente:

Cuestionamiento de un modelo. En Chile llevamos varios años en una discusión política centrada en la validación, corrección o sustitución del modelo de desarrollo. Cuestión que muchos creen se centra en la definición constitucional. En Argentina, que tiene una gran tendencia al sobreanálisis de la política, el tema parece también centrarse en la discusión del modelo de desarrollo. Para describirlo en breve: por más de 80 años el estado gasta más de lo que el país produce (o el estado recauda).

Legitimidad de la élite política. En Chile se instala progresivamente la idea que nuestros dirigentes son incapaces de resolver cuestiones estructurales y estratégicas que impactan en el desarrollo del país; reforma de pensiones, modernización del estado, migraciones, desarrollo productivo, equidad social, seguridad interna, entre otros.

Por su lado Argentina, con una sorprendente normalización por parte de la opinión pública, el comportamiento de su clase dirigente, que se ve envuelta permanentemente en escándalos de corrupción, parece no tener posibilidad de instalar medidas correctivas, quedando atrapada la sociedad en consignas inconducentes como “que se vayan todos”.

Finalmente, ambas realidades parecen verse enfrentadas al surgimiento de alternativas de gobierno, sorprendentemente bajo un mismo formato mediático y estratégico posicionadas desde la derecha, instalándose en la discusión pública un temor a una potencial amenaza a la democracia, aún cuando paradojalmente, en América Latina, padecemos de gobiernos autocráticos de signo de izquierda (Cuba, Nicaragua, Venezuela), estando pendiente la evolución de El Salvador.

Sin duda en los próximos meses la discusión en Chile, Brasil, Estados Unidos, será acerca de la posibilidad de que los gobiernen líderes populistas. El historiador francés Pierre Rosanvalon (1), en su libro “El Siglo del Populismo”, intenta establecer cinco elementos constitutivos de la cultura política populista, identificando: una concepción del pueblo, una teoría de la democracia, una modalidad de representación, una política y una filosofía de la economía, y un régimen de pasiones y emociones. En esto último parece estar la llave que estos movimientos han encontrado para acceder al poder, ayudados por la creciente injerencia de las redes sociales digitales de comunicación, cuyos algoritmos nos educan para el fanatismo.  

Finalmente, una primera y aventurada conclusión indica que la superación del populismo, más allá de una denuncia y una crítica hacia sus formas y contenido, está en exigir en las actuales autoridades e instituciones (especialmente partidos) conductas de responsabilidad, visiones estratégicas de estadistas, y conductas responsables coherentes en el decir y en el actuar, sintonizados especialmente con las variadas aspiraciones ciudadanas. En palabras del mismo Rosanvallon: “Antes de ser examinado como un problema, el populismo debe ser entendido como una forma de respuesta a los conflictos contemporáneos” (2). 


(1) Rosanvallon Pierre, Le siécle du populisme. Historie, théorie, critique. Éditions du Seuil, Paris 2020
(2) Pierre Rosanvallon, penser le populisme, Le Monde, Publié le 21 Juillet 2011