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Por Luis Ruz Olivares, estudiante de Doctorado en Ciencia Política (Universidad Católica de Buenos Aires)

Por razones de estudio, tuve la ocasión de estar en Argentina antes, durante y después de la elección de la segunda vuelta presidencial entre Sergio Massa y Javier Milei. Estar en Buenos Aires este fin de semana significó un verdadero sueño para cualquier apasionado por la política. Ese fue mi caso.    

Al llegar a Buenos Aires unos días previos al domingo 19 de noviembre, me quedó como primera impresión que los argentinos debían elegir entre dos opciones que no les terminaban por convencer. Por ejemplo, un taxista me señaló que esta elección era entre algo malo y algo aún más malo. Así de crítico y escéptico. 

Si tuviera que calificar el ambiente antes de la elección, sólo podría decir que no era para nada de optimismo y menos de esperanza. La crisis económica que azota a Argentina es profunda. Tiene a sus habitantes sumidos en una desesperanza que se mezcla con “bronca”, como dicen ellos. No tienen confianza y tampoco ilusión en su clase dirigente.    

Para ahondar en mis pesquisas, acudí a esa vieja costumbre de preguntar en la calle acerca de la opinión sobre los candidatos que se disputaban la Casa Rosada. En el breve e inexacto trabajo de campo, pregunté “¿quién cree usted que ganará la elección?”. Después de consultar a ocho taxistas, seis garzones y a unos cuantos transeúntes, puedo decir que todos en su mayoría expresaban la siguiente idea: “Milei puede ser un descriteriado y estar algo loco, pero Massa representa a los que se han beneficiado desde el Estado por años”. 

Después de esto, durante la tarde del sábado 18, asumí que la elección no sería sólo para ponderar las propuestas de cada candidato, sino más bien la decisión significa elegir la alternativa para superar un presente demasiado desalentador. Antes del día de la votación, pude hacerme la convicción que este ballotage no era sólo acerca del futuro, sino principalmente sobre cómo sortear un duro, angustioso y pesado presente. Aquello era lo único importante para un pueblo afligido y cansado. Y esto que parece simple, no lo es porque las alternativas que se confrontaban representaban dos miradas diametralmente opuestas respecto de cómo gobernar y las rutas a seguir hacia el futuro. 

La propuesta de Massa reivindicaba el rol del Estado en materia social y de desarrollo. La idea principal del candidato del peronismo era la defensa de la educación y la salud pública y la protección de la industria nacional. Por su parte, Milei levantaba las banderas del liberalismo libertario para señalar que su gobierno sería la expresión de un Estado mínimo y un rol central para el mercado y los privados. Dos candidatos y dos ideas de mundo totalmente contrapuestas. 

Al llegar el día de la votación, en el ambiente se percibía una aparente tranquilidad, pero en realidad había una impresión que la contienda sería muy disputada y estrecha. Ningún analista se atrevía a vaticinar un resultado en favor de alguna opción. Es más, cada opinión esbozaba lo complejo de esta elección y su resultado incierto. 

A pesar de este clima de nervios, Buenos Aires nunca pierde su encanto. Es una ciudad que envuelve con su historia, su cultura y su pasado portentoso que alcanza hasta el presente. Sin embargo, debo advertir que este domingo en el aire porteño se respiraba una emoción distinta. Tanto nacionales como extranjeros, sentíamos que este domingo se decidía no sólo a un nuevo presidente de la nación, sino que también un camino que significaba, por una parte, mantener el mismo rumbo de los últimos años o, por otra, definitivamente tomar otra ruta completamente distinta, a lo menos, en lo discursivo. 

Llegada la hora del recuento, todo fluyó velozmente, pero con una sorpresa que nadie dimensionó. El candidato libertario tomó ventaja rápidamente sobre el peronista. A pocas horas de iniciado el conteo de los votos, todos nos percatamos que Milei sería el nuevo presidente de Argentina, incluso mucho antes del primer recuento oficial. Así también lo comprendió Massa, quien salió a reconocer el triunfo de su oponente. En su discurso, el “ministro candidato” reafirmó su mirada sobre Argentina y su propuesta de campaña. Esa misma propuesta que los argentinos habían decidido rechazar. 

Por su parte, Milei se hizo esperar. Afuera de su “bunker” en calle Córdoba los gritos de triunfo se hicieron cada vez más fuertes. A medida que el conteo de votos avanzaba, los cánticos por la libertad se tomaron el microcentro de Buenos Aires. En su discurso, el presidente electo reiteró lo que escuchamos durante toda su campaña: su fulgente alegato por la libertad, su casi animadversión por lo estatal y su fe ciega en el mercado fueron los ejes que repitió aún con más fuerza. La crítica al “Estado empobrecedor” impulsada por sus adversarios políticos fue una idea que estuvo presente en toda su alocución y que prometió cambiar sin ambigüedades.   

Como importantes actores de reparto, hubo personeros que se deben mencionar. Por el lado oficialista, llamó la atención la notoria ausencia de Cristina Fernández y la completa intrascendencia de Alberto Fernández. Contrariamente, la derecha moderada que representa el ex presidente Macri y su candidata en la primera vuelta Patricia Bullrich tuvieron una actuación destacada. Hay que decir con claridad que Javier Milei quedó con una deuda de vida con Mauricio Macri por todo el apoyo dispensado en la segunda vuelta. Milei es presidente de Argentina, en parte, gracias al apoyo decidido de esta derecha de “juntos por el cambio”. 

Ahora bien, sabemos que en la política este tipo de respaldos no son gratis. Lo más probable que este apoyo “desinteresado” que destacó Milei en su discurso se exprese en el próximo gabinete ministerial mediante la presencia de personeros cercanos al Macrismo. 

Luego de la elección del domingo, Buenos Aires volvió a cierta normalidad. Aunque la política no descansa. El oficialismo debe finalizar su mandato lo mejor posible y Milei tiene la difícil tarea de responder a las expectativas que sembró, particularmente en el plano económico.

Pero en el aire aún quedan preguntas sin responder: ¿Cómo el presidente electo cumplirá con sus promesas de campaña? ¿Cómo abordará la delicada situación de la economía y la hiperinflación que golpea en la cara a los argentinos? ¿Cómo lo hará para gobernar sin una estructura de poder sólida y sin mayoría en el Congreso? ¿Cómo responderá a su grito de campaña por la libertad sin saber muy bien en qué consiste aquello? Son todas preguntas que los argentinos esperan con inquietud ser respondidas por Javier Milei y su nuevo gobierno. A tres días de la elección, sólo existe una certeza: esto es que el presidente Milei no tiene un camino fácil para organizar su Gobierno y para responder con prontitud a lo que prometió. Hoy, como nunca, gobernar Argentina es una tarea cuesta arriba. 

Por mi parte, de regreso a mi realidad, escribo estas notas pensando en cómo un país con la riqueza, con la historia, con la cultura y con las capacidades como Argentina está sumida en una situación tan compleja de abordar. Me pregunto también cómo este país señero en muchos ámbitos acude a un personaje como Javier Milei para confiarle la tarea de sacar adelante a una nación golpeada por una “implacable” inflación y para que sane una “rabia” acumulada contra la elite política.

Desde la tranquilidad que ofrece la distancia al otro lado de la cordillera, me atrevo a decir que los argentinos eligieron terminar con eso que llaman el “Kirchnerismo”, o a una parte del peronismo, porque sienten que defraudaron la confianza depositada en ellos por décadas. 

Creo que la elección de Milei se explica por ese voto de rechazo a una elite de políticos tradicionales que se apoltronó en el sillón del poder y olvidó para qué llegaron ahí. Se trata de un castigo a un grupo de políticos que han prometido durante muchos años cambiar la realidad de Argentina, pero que sólo se quedaron en una retórica vacía o, para ser justos, en resultados parciales que no logran aplacar la angustia de una mayoría.  

¿Y por qué Milei? Porque Milei es lo más parecido a la antipolítica. Milei es el resultado de cuando la política se vuelve incapaz de responder a las preferencias de los ciudadanos, sin hacer diferencias políticas entre ellos, como enseñó Robert Dahl. Milei es una respuesta de un nuevo populismo que avanza ante la fatiga de nuestras democracias. 

Finalmente, todos nos preguntamos qué sucederá en Argentina. Todo está por verse. Sólo podemos decir que los argentinos decidieron transitar por un nuevo camino que no se sabe muy bien hacia dónde conducirá. La promesa es más libertad, pero la duda de fondo es: ¿cuál libertad? Milei tiene ahora la palabra.