Crisis de seguridad: La inteligencia como herramienta indispensable

Desde el 2004, nuestro país cuenta con un Sistema de Inteligencia del Estado, liderado por la ANI. A pesar de sus limitadas facultades y recursos, se esperaba que ejerciera un rol de coordinación sobre una serie de agencias dependientes tanto de las fuerzas armadas como de las policías. Sin embargo, casi 20 años después de su creación, y en el marco de la profunda crisis de seguridad que enfrentamos, urge la tarea de modernizar nuestro sistema para responder adecuadamente a las necesidades expuestas, pero sin perder de vista los desafíos para la seguridad más allá de nuestras fronteras, dada el complejo y dinámico escenario internacional.

Crisis de seguridad: La inteligencia como herramienta indispensable

Luis Ruz Olivares[1]

Pablo Ortiz Muñoz[2]

Los hechos de violencia e inseguridad no dan tregua. El lamentable asesinato del teniente de Carabineros Emmanuel Sánchez y el reciente secuestro y asesinato del militar (r) venezolano Ronald Ojeda, aún en proceso de investigación que da cuenta de un eventual móvil político, ha reavivado la sensación de que estamos frente a nuevas formas delictivas difíciles de abordar y que marca un punto de inflexión en materia de seguridad en el país.

El debate se ha centrado, en lo fundamental, en los errores o la falta de inteligencia como una de las principales causas de la crisis de seguridad. La urgencia y la conmoción ciudadana provocada por estas nuevas formas de delitos y violencia han generado una buena disposición en gran parte de los actores políticos para avanzar en el robustecimiento del Sistema de Inteligencia del Estado (SIE). Es obvio que esta tarea se hace urgente e indispensable.

Si acudimos a la experiencia comparada en esta materia, en el caso de las potencias globales, las fallas de los servicios de inteligencia son un aspecto relevante que siempre está presente en la evaluación de éstos y, de ser necesario, para transformarlos de acuerdo con las exigencias del contexto. Un ejemplo de ello es lo ocurrido en Estados Unidos tras los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001. La Comisión Nacional de Investigación sobre los Ataques Terroristas contra Estados Unidos constató graves fallas de los servicios de inteligencia, dado que no valoraron, correcta y oportunamente, la información a la que accedieron con anterioridad a los atentados y no actuaron de forma coordinada para generar una apreciación completa de la amenaza de Al Qaeda.

La experiencia de las comunidades de inteligencia más consolidadas del mundo, como las de Estados Unidos, el Reino Unido, Francia o Alemania, demuestra que los sistemas de inteligencia no se improvisan. Se adaptan a las necesidades estratégicas que surgen del contexto, así como de los errores cometidos en el pasado. Estas instituciones evolucionan en función de la realidad que les toca enfrentar, lo que exige una constante colaboración entre las distintas agencias para compartir información y sobre todo converger hacia el trabajo conjunto para garantizar la seguridad nacional.

Extrapolando la experiencia de las comunidades de inteligencia consolidadas y las lecciones aprendidas en nuestro caso, queda claro que la calidad y oportunidad de la información provista por la inteligencia es crucial. Aunque parezca obvio, la Agencia Nacional de Inteligencia (ANI) debe servir como una fuente confiable de información para apoyar la toma de decisiones políticas efectivas y oportunas. Hoy tenemos una interrogante sobre las capacidades de la actual ANI.

Así, antes de considerar el despliegue de las fuerzas armadas, lo que implicaría la “policialización” del instrumento militar, según Carolina Sampó y Valeska Troncoso, es crucial obtener información precisa a través de la inteligencia para determinar ¿Dónde están las bandas criminales? ¿Quiénes las componen? y ¿De qué medios disponen?

Desde el 2004, nuestro país cuenta con un Sistema de Inteligencia del Estado, liderado por la ANI. A pesar de sus limitadas facultades y recursos, se esperaba que ejerciera un rol de coordinación sobre una serie de agencias dependientes tanto de las fuerzas armadas como de las policías. Sin embargo, casi 20 años después de su creación, y en el marco de la profunda crisis de seguridad que enfrentamos, urge la tarea de modernizar nuestro sistema para responder adecuadamente a las necesidades expuestas, pero sin perder de vista los desafíos para la seguridad más allá de nuestras fronteras, dada el complejo y dinámico escenario internacional.

Entonces, ¿qué requiere nuestro sistema de inteligencia, y en particular la ANI, para mejorar su capacidad de recopilación y procesamiento de información sobre las principales amenazas que hoy afectan nuestra seguridad? Acá mencionamos cuatro puntos:

1.Modernización del marco legal. En primer lugar, se requiere ajustar la Ley N°19.974 para situar a la ANI en una posición de liderazgo más directo y dependiente del Presidente de la República, quien es el principal usuario de la inteligencia estratégica generada. Los sistemas de inteligencia consolidados han demostrado que burocratizar el sistema no es la mejor opción.

2.Fortalecimiento de las capacidades de la ANI. Es esencial fortalecer la capacidad de la Agencia. Esto significa dotarla de atribuciones para coordinar efectivamente la inteligencia generada por las agencias militares y policiales. La experiencia internacional ha demostrado que la cooperación entre los componentes del sistema de inteligencia no puede dejarse al azar o a la simple voluntad de cooperar.

3.Mayor inversión en inteligencia. Se requiere una mayor inversión en tecnología, dotación de personal, capacitación de los operadores y analistas de inteligencia. Un ejemplo a seguir es el Centro Nacional de Inteligencia (CNI) de España, que cuenta con un presupuesto superior a los 300 millones de euros y una dotación cercana a las 3.000 personas. Esta inversión refleja la importancia que el estado español concede a su servicio de inteligencia, y se complementa con una asignación adicional de 30 millones de euros para dotarlo de infraestructura tecnológica de punta.

4.Foco en la ciberinteligencia. Es urgente dotar a la ANI de las herramientas necesarias para desarrollar ciberinteligencia. Las amenazas a nuestros sistemas de comunicación e información aumentan constantemente, por lo que nuestra capacidad para detectarlas y contrarrestarlas debe crecer al mismo ritmo. Este tipo de delitos exige un dinamismo y una adaptación permanente por parte de las agencias. Siguiendo el ejemplo español, debemos asignar más recursos para reforzar nuestra infraestructura de seguridad cibernética.

La incertidumbre y la inseguridad que genera la crisis actual no se disiparán solas. No existen soluciones mágicas ni atajos, ni tampoco la tan anhelada bala de plata que resuelva el problema de la seguridad de una vez. Como primer y gran paso, es indispensable contar con una Agencia Nacional de Inteligencia fuerte y efectiva que, articulado con las demás agencias del sistema, pueda enfrentar los desafíos que la seguridad de nuestra nación presenta hoy y en el futuro inmediato. Sin información precisa, difícilmente se podrán establecer estrategias para combatir el crimen organizado y asignar los recursos necesarios y apropiados para alcanzar tales objetivos.

En resumen, la crisis de seguridad que aqueja a nuestra sociedad y el debate que ha suscitado deben motivarnos a concretar, con premura y sin complejos, un sistema de inteligencia eficaz que se haga cargo de esta nueva realidad. Todos los actores involucrados deben contribuir en este propósito estratégico para Chile, antes de tomar el camino improvisado de una posible “policialización” de las fuerzas armadas, tal como ha ocurrido en el resto de América Latina.


[1] Vicepresidente Centro Democracia y Comunidad (CDC)

[2] Mag. en Seguridad y Defensa, ANEPE. Investigador asociado Centro Democracia y Comunidad (CDC)

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